He estado largo tiempo sumida en ese estado de anestesia que proporcionan a partes iguales la  salida por la puerta de atrás de la rutina y la nostalgia de lo no-vivido.
He tenido que poner la alarma del despertador y abofetearme a mí misma; luego me miré al espejo y suspiré al comprobar que todavía era de carne y hueso.
Un poco más pálida, un poco más flaca, un poco más  fuerte.
Pero yo, al fin y al cabo.
He dejado que el maquillaje se borrara poco a poco de mi rostro; quien dice maquillaje, dice cicatrices.
Había estado drogada, enganchada como a la cocaína por ese círculo vicioso de arrancarme las costras y lamerse las heridas.
Ella me dijo que al menos tendría que dar tiempo a mis ruinas para reconstruirse, pero no la hice caso.
Por lo que veo, sigo igual. Ha pasado un año, en el que tomaba aliento para empezar la carrera contra, ¿contra qué? Contra mí.
Pero si para correr no hay que coger aliento, me dice. Pero si el aliento es para no ahogarse, y de qué nos sirve.
Ha pasado un año, ¿cómo no me di cuenta? Siempre supimos que las agujas del reloj nos sacaban ventaja. Y tú perdiendo el tiempo recogiendo flores y secando lágrimas.
No importa. Por ahora, todo bien.
Strawberry fields forever.
Por lo que veo (aunque no por lo que siento), sigo siendo yo. Menos arriesgada, más desengañada.
Pero aún  me brillan los ojos cuando me dicen cosas bonitas y no me importa mancharme las rodillas de barro.

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