Nadie oye mi voz alzándose por encima de las demás. Porque ellos no me dejan. Nos miran. Nos observan. Nos escuchan. Nos juzgan y nos analizan. Ellos. Los que están al otro lado de la frontera. Es una frontera invisible; es una frontera infranqueable. Pintada con nuestra sumisión. Ellos creen que lo controlan todo. Pero no. A mí no. Yo les observo, y sé quiénes son. Y sé cómo actúan.
Es difícil descubrirlos, y más difícil descubrir cómo nos controlan. Sutilmente. Filtrándose como el veneno que acaricia la garganta, poco a poco hasta someterte. Y tú te crees que llevas las riendas, que manejas tu vida, que haces lo que quieres hacer en cada momento. Cuando en realidad haces exactamente lo que ellos quieren que hagas. Y te hacen creer que eres libre. Y te hacen creer que existe un Dios, y así tienes a alguien para echarle la culpa si te equivocas.