Ha vuelto a fallarse.
Lucha, coge aire. Se mira al espejo y se anima a sí misma.
Baila desnuda por toda la casa e intenta quererse un poco. Recoge las flores que nunca le regalarán y llora por todo aquello que no perderá. Por una parte bien, por otra parte mal; no consigue dejar de contradecirse.
Demasiado blanco, el suficiente negro.
Intenta averiguar qué es lo correcto pero sólo encuentra grises.
Se finge a sí misma una sonrisa, se finge libre, se finge bien para darse importancia. Gira la cabeza cuando le gritan por la calle y le saca la lengua a los monstruos.
Echa la vista atrás cuando ve que se le acaba el día y el tabaco y la inocencia y la vida y siente pánico de desaparecer.
Me mira a mí y me dice que por qué no la desperté antes pero yo también había estado dormida.
Nacimos y en un segundo ya estábamos muertas.
No vivimos nada y aún así nos dio tiempo a hacer todas aquellas cosas que, estúpidas o sin importancia, bonitas o correctas, se suponía que teníamos que hacer en esta vida.
Sonreímos, corrimos, trepamos a los árboles, aprendimos cosas que no queríamos aprender, vivimos dentro de los libros, lloramos con algunas canciones, nos manchamos las rodillas de barro y la boca de chocolate, y luego los ojos de rímmel y los pulmones de humo; peleamos, gritamos por aquello que creíamos justo, mentimos, la cagamos, amamos y nos rechazaron, nos quisieron cuando ya no quedaba nada; nos perdimos.
Nos perdemos.