Un etéreo rayo de luz se filtra por el ventanuco cerca del techo. 
Un rayo de luz que penetra en la oscuridad, revelando la apariencia de la estancia.
El látigo restalla contra mi piel, dejando una huella teñida de rojo.
Dolor. Agonía. 
Una lágrima desciende por mi mejilla, dejando un rastro plateado que brilla en la oscuridad impenetrable salvo por aquel rayo de luz mortecina. Cabalga sobre el vacío. Cae. Silenciosa, cálida.
No emito ningún sonido. Esa única lágrima es todo lo que puedo liberar.
No me quedan fuerzas para nada más.

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